PROYECTO

Con sabor a sangre

“El flamenco sabe a sangre. Es un extracto de fuego y veneno”

El arte flamenco, que ha nacido del lumpen, en el conocimiento de la humillación, del miedo, de la pobreza y del desprecio, hace más o menos de dos siglos, en la que han influido árabes, judíos, gitanos, payos, negros… se ha convertido en un lenguaje emocional, musical y civil más universal de todos los lenguajes artísticos. Es un arte visceral, pasional y vistoso, es un ataque directo a las emociones, que no deja indiferente a nadie.

El cante jondo tiene ese algo de herida abierta en la consciencia del ser humano por la que hablan de nuestra historia antigua, del dolor y de la alegría. Es ese ámbito de la sensibilidad donde se cruzan el dolor y el placer, la situación límite a la que llega el que escucha y el que canta. Esta compenetración produce el duende. Para definir y captar este momento milagroso y cumbre del flamenco hace falta haberlo mamado, haberlo amado. Según García Lorca: “ el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y un no pensar, es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo, es decir, de sangre, de viejísima cultura y a la vez de creación en acto”.

Un artista con ángel tocado con el duende atraviesa la barrera de lo humano y hace del flamenco un arte divino.

El flamenco acompaña, consuela y ampara a los seres humanos que participan de él en todas las circunstancias de sus vidas, las nanas para dormir a los niños, los cantes de corro y columpios para los juegos infantiles, a la hora de trabajar los cantes de trilla, los pregones, los cantes de fragua y las mineras, a la hora de casarse la alboreá y el yeli, en la soledad y el desamparo, las carceleras, los deblos y las tonás; en las fiestas familiares, los tangos, las alegrías y bulerías; para rezar los fandangos rocieros y las saetas; y en el dolor y la muerte, los bálsamos de la soleá y el grito de la seguiilla.

La mayoría de las danzas del mundo buscan liberar al cuerpo de su peso y lograr la ingravidez, otras culturas, por el contrario, percuten el suelo con sus pies, olvidándose del vuelo. La expresión flamenca de la danza es la única en la que los bailarines deben estar con los pies en el suelo y simultáneamente subir los brazos ingrávidos, para acariciar el cielo; y es que probablemente esta incansable búsqueda de la libertad y la belleza, entre el cielo y la tierra, podría ser la mejor metáfora del flamenco.