Existe un gran desconocimiento general de la vida de los conventos de clausura. Algo normal, pues son una esfera cultural con sus propias dinámicas. Son tal vez el último secreto del siglo XXI. Están rodeados de un halo de misterio y de fantasías.
Ante este hecho real nos preguntamos: ¿Cuáles pueden ser las razones que provocarán la existencia de la clausura?, ¿Por qué miles de mujeres a lo largo de la historia han elegido como vida el claustro monástico?, ¿Qué significa la clausura?, ¿Pertenece a nuestro tiempo?, y principalmente ¿Se puede ser feliz en el claustro?
Es curioso que haya muchas personas que consideren que una monja de clausura es una pobre mujer que pierde su tiempo y su vida. Pero frecuentemente quienes así piensan tienden a creer que un monje budista del Nepal, es por el contrario, un tipo genial con una vida plena y alternativa. Cuando en realidad, salvando dogmas y creencias, son lo mismo: ascetas.
La separación del mundo – manifestada en la clausura – es sólo un medio, no un fin. No es una vida de renuncia, sino de opción.
Todas, en su momento, hicieron una elección difícil de comprender en un mundo donde “para que” predomina sobre el “por qué”. Y donde lo material es la regla y el desapego una excepción.
No pretende ser una guía de arte sobre el patrimonio artístico, sino del patrimonio humano, una simple muestra de cómo es el día a día de estas mujeres.
Una vida mucho más parecida a la nuestra de lo que podríamos creer.
Son mujeres y como tales se han mostrado. Afrontan sus dificultades con realismo, pero sobre todo con coraje y esperanza. Son autónomas y viven de su trabajo, al cual junto con la oración dedican la mayor parte del día. Viven en comunidad fraterna, pero cada una mantiene su propia personalidad.